jueves, 8 de enero de 2009

Alucinación vigésima

Allí se vienen las gotas: viajan por el aire varios kilómetros, son redonditas y de cara alegre. Vienen platicando con la amiga gota que traen enfrente sobre el transatmósfera (ajá, como los trasatlanticos pero en versión gota) en el que viajan, bien bonita la reencarnación, mis hijos me dicen que no estoy gorda, yo soy izquierdista y por qué no vamos a tomarnos un café al llegar a la tierra. En eso se oye el primer plaf y la gota se deforma, casi muere, casi vive, casi todo. Y así empieza el concierto.
El almendro parece un xilófono gigante. La calle y la acera llevan la percusión. Los cuchumbos metálicos de basura hacen el papel de bajo. El limpia parabrisas de los automóviles toda una guitarra eléctrica, con solos y acordes y efectos. De pronto salen pequeñas ocarinas en forma de portones y perros que dirigen los tempos. La flauta dulce es el paraguas de algún transeúnte atrapado entre la multitud de instrumentos. Los cables de luz fungen como arpas y los postes como violines. La voz principal se graba aparte, dentro de un café, aunque más que una voz principal parece un coro principal. En ese momento, donde las posibilidades de instrumentos y voces se vuelven infinitas, donde la lluvia toca todos los instrumentos y las voces aparecen espontáneas y sin patrón alguno, caigo en la cuenta de que estoy dejando volar demasiado mi imaginación otra vez y que mejor me regreso a las gotas.
Entonces las gotas sueltan pequeñas palabras ahogadas, pero ya es muy tarde. Sus miembrecitos salen volando por todos lados, bautizando al mundo anónimamente, y nosotros de tanto en tanto nos volvemos parte de su genocidio masivo. Pobrecitas las gotas que venían tan felices, tan esperanzadas y mojaditas. Felices nosotros que disfrutamos de ese espectáculo músical gratuito, sin saberlo, detrás de alguna vitrina con un café en la mano.Pero por ahora dejemos de lado el egocentrismo y pensemos en las hormigas y el apocalipsis que toca a sus puertas.

2 comentarios:

Raúl Marín dijo...

Dios santo, ( o URI en su defecto), qué vamos a hacer con vos, Rodrigo Ramos? Esto es surrealmente hermoso. Y surrealmente bueno.
Mi humilde opinión.

Esebloguero dijo...

Falto decir que no hay dos gotas idénticas, hasta donde se sabe.