sábado, 14 de marzo de 2009

Alucinación vigésima cuarta

La primera vez que los vi me parecieron una gota de chocolate derretido, quizá por eso me gustaron tanto. Me acerqué la mano al brazo y me pasé la lengua, al cabo de un rato, caí en la cuenta de que era una extensión más de mi cuerpo.

-Se llaman lunares-me dijo mi mamá-.

Ahora los busco cerca de las bocas de las muchachas, para tratar de comérmelos despacito.

sábado, 21 de febrero de 2009

Alucinación vigésima tercera

Todo era un truco, magia si querés llamarle así, lástima que a vos no te bastaban las respuestas fáciles. “Cómo hacés el truco”, “enseñáme, enseñanme”. Pero el truco era otra cosa, el truco era hacerte creer que de verdad te estaba enseñando algo cuando en realidad ya tenía planeado todo esto: tomarte las manos suavecitas que tenés me rondaba desde hace días en la cabeza. Los susurros al oído te dan risa, de seguro sentís cosquillitas en la nuca, tenés las manos bien lisitas. Podría pasar un día entero enseñándote trucos. Vos también sabías que tu truco era otro, por eso después me pusiste los brazos en el cuello y te quedaste así, nos quedamos así. “Enseñáme otro truco, uno que me haga hacer lo que vos querás”. Me bastó escucharte para sentirme en el cielo.

*Show me, show me how you do that trick,
the one that makes me scream she said,
the one that makes me laugh she said
and threw her arms around my neck.
Show me how you do it
and I promise you,
I promise that I’ll run away with you,
I’ll run away with you.

martes, 10 de febrero de 2009

Alucinación vigésima segunda

No me puedo quitar la pulsera. La he cargado demasiado tiempo, quizás. Ahora que lucho con ella y con el nudo (entonces no es una pulsera, es la dualidad de alguna cosa unida) la mano me suda. No hay más remedio que usar los dientes. Entonces de pronto el nudo grita.
—¡Hijueputa!­— con una a pronunciada.
—¡Come mierda! una pulsera que habla.
—Ese fue el nudo, maje— dice la pulsera.
La escena se desdobla en decenas de ideas ilógicas, cada una más irracional y menos realizable que la anterior. ¿Una pulsera y un nudo que hablan? debería cortarla con unas tijeras. Quizá meter la mano en alcohol y encender un fósforo —no, claro que no. Tardarían mucho tiempo en quemarse—. ¿Y si la pulsera y el nudo están encantados? sí, eso tiene que ser; hay que acudir donde un brujo médico. Pero si están encantados cabe la posibilidad de que sean indestructibles, entonces lo mejor es cortar la mano, así, sin tanta alegoría. Claro que sin mano hay ciertas habilidades que se reducen: escribir, afeitarse, usar el control remoto, dar la mano, usar anillos, usar pulseras, fumar —¡puta!¡fumar! entonces hay que darles matacan ya, definitivamente su vida no es negociable—, agarrar la cerveza —sí, a la mierda esos dos. Ni creas, Dios, que por eso voy a dejar el vicio, sacáme del libro de la vida pero no dejo de chupar—.
La pulsera y el nudo callan ahora con cierta actitud ansiosa, abren sus pequeños ojitos y clavan la mirada en mis ojos, lo mejor es meter la mano en el bolsillo y ahogar sus diálogos entre monedas. Llegando a la casa empiezo a maquinar el plan (siempre con la mano en el pantalón). Iluminación. Todo sucede en un segundo y es tan claro. La pecera. La mano directamente en la pecera. El regreso de la normalidad.
—Hoy sí que se la comieron par de majes.
Y no les doy tiempo de que defiendan su existencia. Solo salen pequeñas burbujas de sus bocas y sus ojos se van apagando. Es por eso que las pulseras no deben amarrarse con nudos extremadamente fuertes, tampoco deben usarse mientras se duerme o cuando se suda, así solo absorben pequeñas partes de nosotros que les dan vida. Veintisiete segundos después la pulsera y el nudo yacen sin vida, gracias a Dios.
—Asesino—dicta el goldfish en la pecera.

lunes, 19 de enero de 2009

Alucinación vigésima primera

Uno se levanta y sabe que mamá ya se fue, pero se está seguro de que dejó el beso de rigor en la mejilla antes de irse, también sabe que la llamada de papá al mediodía no hará falta, que la abuela lo va a cuidar a uno durante todo el día y que el abuelo se va a materializar hasta aproximadamente las seis de la tarde.
Son muchas las cosas que se asoman por la mente cuando uno es pequeño: las casas son grandes, las caricaturas y los parques, los estantes de arriba no se alcanzan y hay que recurrir al banquito, los juguetes y el partidito de fútbol, los charcos y las bicicletas, cuidarse la ropa y los zapatos; parece que hay una ley inexplicable que da sentido a todos esos pequeños rituales. Y todo esto se disfruta íntimamente. Todo se asemeja a una dulcería sin dulces, a una dulcería de momentos y objetos que no se entienden pero que están ahí repitiéndose cíclicamente. Esos son los recuerdos de mi infancia, recuerdos del mediodía para abajo, porque la mañana encierra un secreto o algún encanto que parece borrar mi memoria matutina.
Subir de pronto a la casa de la abuela en el auto de carrera tamaño gigante que se recibió en la navidad y decirle cuánto se le quiere, luego bajar, pedaleando con todas al fuerzas (porque el auto se mueve por impulso de pedales), para llegar a la casa de la otra abuela y decir que el mensaje ya fue recibido con éxito, seguidamente se revisa el caucho de las ruedas que empieza a salirse debido a la velocidad monstruosa con la que se transitaba la acera. Media hora más tarde las caricaturas, acompañadas por el jugo en caja y la galleta de chocolate, también la espera de la mamá que ya viene de trabajar. Cuando mamá llega se sale a jugar otro rato, como celebrando que esa figura que tanto se aprecia y se quiere ya está en la casa; se oye, de vez en cuando, su voz que nos llama diciendo que no quiere que nos alejemos, que tengamos cuidado con el auto por los peatones que transitan la acera, no te subás al árbol y no peleés con tus amigos, vení que ya es hora de cenar. Para el momento de la cena el abuelo hace preámbulo de su aparición con el silbido desde la esquina, entonces uno se levanta del asiento y escucha la puerta abrirse y él se aparece parado esperando el abrazo, lo abrazo y después se saca un dulce del bolsillo. El mundo se vuelve a llenar con otro dulce, otra alegría tan pura. Ya en la mesa se juega con la comida, mamá habla con los abuelos, la abuela da razón del comportamiento de uno durante el día, yo comento lo que platiqué con papá, mamá dice que tengo que portarme bien y el abuelo afirma que no es necesario dar instrucciones de comportamiento, que uno es un pan de Dios.
Así suceden doce días seguidos. El treceavo día aparece papá en la entrada del pasaje, entonces mamá me suelta la mano para poder salir corriendo desde la casa y saludarlo, papá me toma por la cintura y me lleva chineado hasta la casa. Ya dentro de la casa papá saluda con un beso a mamá y después se dirige al abuelo y a la abuela, se sienta en el sillón de la sala y mete las manos en la maleta que trae. Los ojos se le abren a uno de par en par y saca un juguete, tal como prometió. Y la vida en mi casa se parecía a una piñata quincenal, pero sin lo de cumplir años.

*Sí, recuerdos de infancia.

jueves, 8 de enero de 2009

Alucinación vigésima

Allí se vienen las gotas: viajan por el aire varios kilómetros, son redonditas y de cara alegre. Vienen platicando con la amiga gota que traen enfrente sobre el transatmósfera (ajá, como los trasatlanticos pero en versión gota) en el que viajan, bien bonita la reencarnación, mis hijos me dicen que no estoy gorda, yo soy izquierdista y por qué no vamos a tomarnos un café al llegar a la tierra. En eso se oye el primer plaf y la gota se deforma, casi muere, casi vive, casi todo. Y así empieza el concierto.
El almendro parece un xilófono gigante. La calle y la acera llevan la percusión. Los cuchumbos metálicos de basura hacen el papel de bajo. El limpia parabrisas de los automóviles toda una guitarra eléctrica, con solos y acordes y efectos. De pronto salen pequeñas ocarinas en forma de portones y perros que dirigen los tempos. La flauta dulce es el paraguas de algún transeúnte atrapado entre la multitud de instrumentos. Los cables de luz fungen como arpas y los postes como violines. La voz principal se graba aparte, dentro de un café, aunque más que una voz principal parece un coro principal. En ese momento, donde las posibilidades de instrumentos y voces se vuelven infinitas, donde la lluvia toca todos los instrumentos y las voces aparecen espontáneas y sin patrón alguno, caigo en la cuenta de que estoy dejando volar demasiado mi imaginación otra vez y que mejor me regreso a las gotas.
Entonces las gotas sueltan pequeñas palabras ahogadas, pero ya es muy tarde. Sus miembrecitos salen volando por todos lados, bautizando al mundo anónimamente, y nosotros de tanto en tanto nos volvemos parte de su genocidio masivo. Pobrecitas las gotas que venían tan felices, tan esperanzadas y mojaditas. Felices nosotros que disfrutamos de ese espectáculo músical gratuito, sin saberlo, detrás de alguna vitrina con un café en la mano.Pero por ahora dejemos de lado el egocentrismo y pensemos en las hormigas y el apocalipsis que toca a sus puertas.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Espasmos mentales. (Roque Daltón)

Alta hora de la noche

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, mi nombre no pronuncies,
cuando sepas que he muerto pues buscaría tu voz.

*No sé qué tiene este poema, siento algo en el pecho al leerlo.

jueves, 25 de diciembre de 2008

De la canción del dia de hoy



Sweet Tangerine
The Hush Sound

*Ajá, felices fiestas.