sábado, 21 de febrero de 2009

Alucinación vigésima tercera

Todo era un truco, magia si querés llamarle así, lástima que a vos no te bastaban las respuestas fáciles. “Cómo hacés el truco”, “enseñáme, enseñanme”. Pero el truco era otra cosa, el truco era hacerte creer que de verdad te estaba enseñando algo cuando en realidad ya tenía planeado todo esto: tomarte las manos suavecitas que tenés me rondaba desde hace días en la cabeza. Los susurros al oído te dan risa, de seguro sentís cosquillitas en la nuca, tenés las manos bien lisitas. Podría pasar un día entero enseñándote trucos. Vos también sabías que tu truco era otro, por eso después me pusiste los brazos en el cuello y te quedaste así, nos quedamos así. “Enseñáme otro truco, uno que me haga hacer lo que vos querás”. Me bastó escucharte para sentirme en el cielo.

*Show me, show me how you do that trick,
the one that makes me scream she said,
the one that makes me laugh she said
and threw her arms around my neck.
Show me how you do it
and I promise you,
I promise that I’ll run away with you,
I’ll run away with you.

martes, 10 de febrero de 2009

Alucinación vigésima segunda

No me puedo quitar la pulsera. La he cargado demasiado tiempo, quizás. Ahora que lucho con ella y con el nudo (entonces no es una pulsera, es la dualidad de alguna cosa unida) la mano me suda. No hay más remedio que usar los dientes. Entonces de pronto el nudo grita.
—¡Hijueputa!­— con una a pronunciada.
—¡Come mierda! una pulsera que habla.
—Ese fue el nudo, maje— dice la pulsera.
La escena se desdobla en decenas de ideas ilógicas, cada una más irracional y menos realizable que la anterior. ¿Una pulsera y un nudo que hablan? debería cortarla con unas tijeras. Quizá meter la mano en alcohol y encender un fósforo —no, claro que no. Tardarían mucho tiempo en quemarse—. ¿Y si la pulsera y el nudo están encantados? sí, eso tiene que ser; hay que acudir donde un brujo médico. Pero si están encantados cabe la posibilidad de que sean indestructibles, entonces lo mejor es cortar la mano, así, sin tanta alegoría. Claro que sin mano hay ciertas habilidades que se reducen: escribir, afeitarse, usar el control remoto, dar la mano, usar anillos, usar pulseras, fumar —¡puta!¡fumar! entonces hay que darles matacan ya, definitivamente su vida no es negociable—, agarrar la cerveza —sí, a la mierda esos dos. Ni creas, Dios, que por eso voy a dejar el vicio, sacáme del libro de la vida pero no dejo de chupar—.
La pulsera y el nudo callan ahora con cierta actitud ansiosa, abren sus pequeños ojitos y clavan la mirada en mis ojos, lo mejor es meter la mano en el bolsillo y ahogar sus diálogos entre monedas. Llegando a la casa empiezo a maquinar el plan (siempre con la mano en el pantalón). Iluminación. Todo sucede en un segundo y es tan claro. La pecera. La mano directamente en la pecera. El regreso de la normalidad.
—Hoy sí que se la comieron par de majes.
Y no les doy tiempo de que defiendan su existencia. Solo salen pequeñas burbujas de sus bocas y sus ojos se van apagando. Es por eso que las pulseras no deben amarrarse con nudos extremadamente fuertes, tampoco deben usarse mientras se duerme o cuando se suda, así solo absorben pequeñas partes de nosotros que les dan vida. Veintisiete segundos después la pulsera y el nudo yacen sin vida, gracias a Dios.
—Asesino—dicta el goldfish en la pecera.